lunes, 19 de enero de 2015

Las Nueve Falacias del Crimen

Como bien sabes, muy respetable lector, actualmente parece existir un grandísimo manto de ficción que cubre a la criminología. Y no me estoy refiriendo solo a aquello que las series de televisión o la literatura nos muestran (en la mayoría de los casos una realidad muy distorsionada), sino también a los propios conocimientos que la sociedad tiene de la criminología. Si ahora mismo, entre tú y yo, cogiésemos a diez personas y les hiciéramos diversas preguntas en cuanto a “cultura general” del delito, estoy seguro de que muchos de ellos, los cuales tan solo tienen los conocimientos que han podido adquirir de la sociedad o su propia experiencia, nos transmitirían una visión sesgada de lo que realmente es el acto criminal y todo lo que lo orbita.

Crime and Everyday Life.

Por ello, y pensando siempre en sorprenderte, he rescatado de un texto escrito por el profesor Marcus Felson las que él llama “Crime Fallacies”, o falacias del crimen. El propio texto se adjunta, mucho mejor explicado, en el libro que señalo a la izquierda (nuevamente en inglés).

¿Quién es Marcus Felson? Es un famoso criminólogo, actualmente profesor en la Universidad del Estado de Texas, y reconocido por su aportación al campo de las teorías situacionales de la criminalidad con su teoría de las actividades rutinarias. Intentaré hablar más adelante de él, pero ahora mismo basta con decir que sus teorías propugnan que a la hora de llevar a cabo un delito, un delincuente se guía por los costes y beneficios que esto puede reportarle, racionalizando sus acciones. Es en su explicación del fenómeno delictivo cuando propone estas nueve concepciones erróneas sobre el crimen, con el fin de “desmitificar” el hecho criminal, y poder plantear medidas preventivas aplicables a la delincuencia de manera realista. Sin más, pasemos a ver cuáles son. Seguro que te resultan interesantes:




1. La falacia del drama.

Los delitos que conocemos, en realidad, son menos espectaculares y dramáticos de lo que imaginamos. Los medios de comunicación, entre otros elementos, son los que contribuyen a mitificar los crímenes, y a mostrarlos como más extraordinarios de lo que realmente son. Así que, por un lado, ni todos los crímenes son fruto de una elaborada planificación (de hecho, la mayoría de ellos suelen ser fruto de los nervios del momento), ni es común la existencia de asesinos en serie, ni los asesinatos o violaciones representan la mayor parte de los delitos que se llevan a cabo, siendo bastante raros en general. Y por supuesto, hay una tasa mucho menor de criminalidad respecto a lo que podríamos suponer.

2. La falacia del sistema de justicia y la policía.

En muchos casos, sobreestimamos la utilidad de la policía y el sistema de justicia en la prevención y castigo de los crímenes. La policía, en realidad, suele realizar patrullajes y recogida de información, y solo en pocas ocasiones tienen la posibilidad de asistir al delito en directo. Así, un aumento de policía en muchas ocasiones no implica una reducción de las tasas criminales, y no todos los delitos llevados ante la justicia son posteriormente procesados y/o castigados.

3. La falacia o mentira del “yo no soy….”

Esta falacia pone de manifiesto la falsa creencia de que nosotros nunca cometeríamos un delito. En realidad, en multitud de ocasiones cometemos delitos (por ejemplo, la piratería), lo que pasa es que o bien no lo sabemos, o en nuestro círculo o cultura la actividad en concreto no está considerada un delito.

Marcus Felson (derecha)fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad
 Miguel Hernández de Elche (UMH), mi alma mater.
4. La falacia de la juventud inocente.

Aunque el imaginario popular sitúa al delincuente como un hombre de mediana edad (y busquemos suponer a nuestros jóvenes como personas relativamente “inocentes”), en realidad los crímenes son mucho más comunes durante la adolescencia y la veintena de edad, franja de edad en la cual se sitúan la mayor parte de los delincuentes, a partir de la cual el porcentaje de delitos empieza a decrecer en la población.

5. La falacia de la ingenuidad.

En ocasiones pensamos que los delitos son llevados a cabo por personas altamente inteligentes, como James Moriarty de Sherlock Holmes. Nada más lejos de la realidad: dado que las medidas de seguridad hacen cada vez más difícil delinquir, se recurre a los sistemas más sencillos para poder hacerlo. Robar una bicicleta, forzar una puerta de una casa, realizar un tirón de un bolso, etc. No hace falta ser un genio para poder delinquir.

6. La falacia del crimen organizado.

Lejos de lo que la gente piensa, el crimen no suele llevarse a cabo por grandes organizaciones criminales. Si bien en ocasiones se juntan grupos con un motivo común (el tráfico de drogas, por ejemplo), no es habitual que se formen grupos con una estructura jerárquica permanente para llevarlo a cabo (salvo excepciones, como los casos de las mafias, pero esto no es tan común como pensamos).

7. La falacia de la agenda.

Las personas esperamos en ocasiones que otros se ajusten a nuestras perspectivas y valores morales. Sin embargo, esto no suele ser sinónimo de una mayor estabilidad y un descenso de la criminalidad, como demuestran diversos estudios. Por otra parte, un aumento del bienestar económico no siempre implica un aumento de la estabilidad en una nación, como suponen muchas personas. De hecho, en muchas ocasiones los problemas están en la integración y en la cohesión social, y no en la educación o el nivel económico. Algo así es lo que ha ocurrido en el terrible atentado de Charlie Hebdo, del cual ya hablé en esta entrada.

8. La falacia de los límites difusos

No es fácil cuantificar el número de delitos que realmente se llevan a cabo, como tampoco es fácil, en realidad, consensuar la definición de lo que es delito.

9. La falacia de la aleatoriedad del crimen.

Hay gente que piensa que los crímenes pueden ocurrirle a cualquiera, y que además suceden aleatoriamente en tiempo y espacio. Pues bien: en contraposición a estos pensamientos, en realidad los eventos delictivos suelen responder a patrones en tiempo y espacio concretos. Por ejemplo, hay estudios que demuestran que lugares en los que se concentra mucha gente (estadios de fútbol, centros comerciales, etc.) son zonas más proclives a sufrir actos de delincuencia. A su vez, los fines de semana por la noche es más probable que puedan darse un tipo de delito en zonas concretas, y un largo etcétera. Esto, a su vez, nos permite poder llevar a cabo acciones para prevenir los delitos.

Como ves, en realidad en muchas ocasiones aceptamos unos dogmas sin plantearnos siquiera la veracidad de los mismos. Puede que conocieras todas estas “falacias”, o puede que alguna de ellas te haya hecho sorprenderte. En cualquier caso, ese es el poder que radica en aprender: permitirnos adquirir nuevos conocimientos con los que sorprendernos constantemente. Por lo tanto, no nos olvidemos de cuestionarnos las cosas que suceden a nuestro alrededor, tratando de aprender de ellas. Al fin y al cabo, uno nunca sabe cuándo se va a sorprender.

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